Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


100032
Legislatura: 1881-1882
Sesión: 18 de octubre de 1881
Cámara: Senado
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 23, 328 a 330
Tema: Dictamen al proyecto de contestación al discurso de la Corona.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S.S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): No es la necesidad de la defensa, Sres. Senadores, lo que me obliga a molestar vuestra atención, ya harto fatigada por este larguísimo debate. Si solo a la necesidad de la defensa de los actos del Gobierno atendiera en este momento, yo con mucho gusto os haría gracia de mi palabra. Los Sres. Senadores que en pro del dictamen de la Comisión han hecho uso de la suya, y los Sres. Ministros que se han levantado a defender al Gobierno, han sido tan afortunados, que realmente han hecho inútil cuanto yo pudiera decir. Sin embargo, el respeto que siempre me inspirara, y que hoy como siempre me inspira este alto Cuerpo Colegislador, unido a la deferencia debida a todos aquellos Sres. Senadores que al criticar el dictamen de la Comisión han creído conveniente combatir la conducta del Gobierno, me imponen un deber, a mi juicio tan ineludible, que ni aun el temor de fatigaros me parece bastante a eximirme de esta obligación. Perdonadme, pues, Sres. Senadores, si con mi discurso prolongo este debate y aumento vuestro cansancio. No lo hago, repito, por mi voluntad, ni siquiera por defenderme yo, pues todo esto no merecería la pena que os voy a dar en esta última hora de la tarde; o hago sí, por el respeto profundo que me inspira el Senado, y por la cortesía que debo a los Sres. Senadores que han terciado en este debate en oposición al Gobierno que tengo la honra de presidir.

Pero si no puedo eximirme del deber de cortesía y de respeto que al Senado y a los Sres. Senadores que han tomado parte en el debate les debo, he de procurar cumplirlo tan parcamente, que espero no ha de pesaros que yo sea tan respetuoso con el Senado y tan cortés con mis nobles contendientes.

Al efecto, nada voy a decir de la cuestión electoral, ya tan sobradamente debatida; nada de la cuestión de Ayuntamientos y Diputaciones, tan traída y tan llevada; nada tampoco de la cuestión llamada constitucional, y a la cual se ha dado tan inmerecida importancia, porque la Constitución no puede mandar imposibles, y lo que no puede hacer no se hace; nada, en fin, de cuanto ha sido objeto de la revista retrospectiva a que se han entregado los Sres. Senadores; menos aún formularé recriminaciones acerca de lo que cada cual haya hecho en tiempos ya pasados. Yo no vengo desde este sitio a recriminar a nadie por sus actos pasados, ni siquiera a defender los míos: conocidos son de todo el mundo; de ninguno de ellos me arrepiento, y al fallo de la historia tranquilamente los entrego. (Bien, bien.)

La conciliación de la libertad con el principio monárquico fue siempre mi constante, mi eterno deseo, y a la realización de ese deseo he dedicado todas mis ideas, he sacrificado todos mis desvelos, acertados los unos, desacertados quizá los otros. ¡Quién es infalible en este mundo! Por fin la conciliación de la libertad con la Monarquía moderna se ha realizado; el derecho de todos es ya por todos respetado; la paz de los espíritus domina como soberana en todas partes; los intereses materiales y morales crecen y se desenvuelven; las apelaciones en cierto modo violentas han caído ya en el más completo descrédito, y el país está satisfecho al ver por un lado cómo se realiza el progreso, y al contemplar por otro la rectitud e imparcialidad con que cumple sus altísimos deberes un Monarca sinceramente constitucional. (Muy bien, muy bien.)

Pues bien, Sres. Senadores; si yo he podido contribuir en algo a este hermoso resultado, ¿qué me importa lo demás? ¿No es esta la mejor defensa de todos mis actos pasados?

No vengo, pues, a combatir hoy con nuestros nobles adversarios. Con ellos han combatido ya mis dignos compañeros, los Ministros, al defender la conducta del Gobierno; con ellos han combatido los ilustrados individuos de la Comisión al defender su dictamen; con ellos han debatido también algunos Sres. Senadores amigos de nuestra política, y que han venido a ayudarnos en la misma tarea. Yo me conformo y estoy satisfecho con el resultado de esta importantísima discusión.

Voy, pues, a limitarme a exponer a los amigos y a los adversarios, al Senado entero, y en brevísimas frases, cuáles son los ideales que el Gobierno persigue, y cuáles los medios de que piensa valerse para realizarlos.

Haciendo desaparecer recelos, ofreciendo garantías de respeto y de consideración a todas las opiniones, permitiendo, y más que permitiendo facilitando el desarrollo lento, progresivo y discreto de las aspiraciones legítimas; entrando, en suma, con pie firme y seguro en el camino de las reformas que reclaman las necesidades de los tiempos modernos y las aspiraciones legítimas de los pueblos, es como se puede llegar a ser el escudo más fuerte del orden social, al mismo tiempo que la más segura garantía de las libertades públicas. Cuando se vive de dudas y de temores, cuando se desconfía de la opinión pública, todo parece que peligra, desde lo más fundamental en la sociedad hasta lo más firme en el Estado; pero cuando por el contrario la política se inspira en la libertad, cada cual se mueve dentro de la órbita de su derecho, nadie abusa de los Poderes públicos, y la Monarquía entonces aparece en todo su esplendor, apoyada en sus propias fuerzas, en el amor y en la conveniencia de los pueblos, sin que nadie sea osado a pretender que le preste una tutela que en realidad no le da, y de que en manera alguna necesita. (Muy bien.)

La conciliación de la libertad con el principio monárquico se ha realizado irremisiblemente, como impulsada por espontáneo patriotismo. Lo demuestran esas benevolencias que hacia la situación tienen algunos partidos extremos, la aproximación de otros y la evolución general que en las fuerzas políticas del país se está verificando. Bien venidos sean, pues, los que inspirados por la libertad y por su amor a la Patria, se ponen hoy a nuestro lado para ayudarnos con su vigorosos apoyo a afianzar y consolidad aquella salvadora conciliación, a la que pueden venir todos con la frente levantada, sin desdoro para nadie, lo mismo los que [328] nunca dejaron de ser monárquicos que los que no lo hayan sido jamás, y en España hay pocos que no lo hayan sido alguna vez; pero háyanlo sido o no, todos caben y deben venir a esta noble y patriótica conciliación, que a ninguno rechaza y a todos con cariño acepta. (Muy bien, muy bien.) ¿Qué más puede esperar un buen patricio, un verdadero amante de su Patria, que la libertad y el orden, la libertad en todas sus manifestaciones, y el adelanto y el progreso en la Nación entera? No era, no, de esperar que los partidos extremos españoles fueran menos amantes de su Patria que lo son los belgas, los ingleses y los de otros pueblos afortunados.

Así debe ser, en efecto, Sres. Senadores, porque no tienen razón de existir en condiciones de verdadera vitalidad las escuelas exageradas, desde el instante en que por medio de una política genuinamente liberal se satisfacen todas las necesidades de los tiempos presentes. En tal caso, todo procedimiento que no sea normal y pacífico está universalmente reprobado, y quien a la violencia y la destemplanza se entrega rigiendo Gobiernos liberales, solo merece vivir bajo el yugo de un Gobierno tiránico y violento. (Sensación.? Muy bien.)

Así debe ser, Sres. Senadores, pues los partidos extremos, una vez satisfechas las exigencias y las necesidades de la libertad, los partidos extremos, digo, se dividen cada vez más, porque se ven precisados, obligados a vivir de su propia sustancia; como que se mueven en el vacío, van consumiéndose por falta de alimento, pierden naturalmente sus fuerzas, se gastan al fin con el trascurso del tiempo. Este es el resultado político, Sres. Senadores, a que el Gobierno aspira; resultado político que ya en gran parte ha obtenido, sin que yo entre a discutir ahora qué es lo que a los partidos de la izquierda ni a los partidos de la derecha les corresponde a cada uno en esta especie de premio con que el país ha sido agraciado, ni la participación que haya tenido cada cual en este por todo extremo importante resultado; pero así como nosotros concedemos sin violencia ninguna, antes por el contrario, con mucho gusto, que el partido conservador no ha llevado la Restauración a los extremos y violencias a que otras Restauraciones llegaron, y que no hemos, por consiguiente, dado motivo ni pretexto para ciertas coaliciones o inteligencias que pudieran ser un peligro para las instituciones de la Patria, asimismo debe reconocer el partido conservador, que a consecuencia también de nuestra política, pudo conjurar aquellos peligros que más inmediatamente pudieran haberse opuesto a la consolidación de la Monarquía, no siendo lícito, por lo tanto, imaginar peligros que no existen, ni pintar temores que no hay.

Por lo demás, como el partido liberal lo que quiere es que el país camine reposadamente a su bienestar, que las instituciones se afiancen y que la libertad sea un hecho, no solo no rechaza, sino que pide y acepta para ese alto fin el concurso de todos. No tiene, pues, inconveniente ninguno en admitir, aunque solo sea un buen deseo del partido conservador, la idea que tiene de que a él y no a otro partido se debe el bienestar de que afortunadamente disfrutamos. El partido liberal agradece al conservador esos buenos deseos; pero el hecho es que con la entrada del partido liberal marchamos cada día mejor en el interior, y somos mucho más considerados en el exterior. Si el partido conservador pretende que a él solo debamos todo esto, sea enhorabuena, no hemos de reñir batallas por tan poca cosa; en último resultado, cuando dos se disputan una buena acción, hay que agradecerle al que no la haya realizado por lo menos el buen deseo que le anima. (Risas) Sea en cambio generoso con nosotros el partido conservador, y confiese a su vez que si él pudo sembrar la semilla, nosotros la cultivamos con tanto esmero, con tal solicitud, que la haremos producir fruto, para hacer que ellos, nosotros y el país estemos todos contentos y satisfechos; que no contribuye menos, señores, a la buena cosecha el que la trabaja, cuida y cultiva, que aquel que arrojó en el surco la semilla.

Pero ya, Sres. Senadores, que todos los partidos se atribuyen, y nosotros no lo negamos, gran participación en los resultados prácticos que estamos tocando, bueno fuera que todos nos ayudáramos noblemente en la grande obra que el Gobierno piensa realizar para satisfacer la mayor de todas las necesidades que experimenta el país. No se puede desconocer que las cuestiones políticas no ocupan hoy en el mundo, o no tienen al menos en el mundo una importancia tan culminante y exclusiva como en otros tiempos tuvieran. Hoy las cuestiones que afectan más inmediata o más directamente a los intereses sociales de los pueblos, se imponen con irresistible fuerza a todos los Gobiernos.

En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en todas partes se deja sentir su influjo, y en todas partes también el Poder público se preocupa preferentemente de encauzar y dirigir esa impetuosa corriente. Si nosotros los españoles hemos tenido la fortuna de que no llegue aquí en toda su violencia, no es conveniente, sin embargo, que nos encuentre desapercibidos. De aquí que sea preciso que el país se convenza del escaso fruto y la poca utilidad que, una vez conquistada la libertad, ha de recabar de las ardientes discusiones políticas, en las cuales se consume y derrocha la vitalidad de los partidos, se consume y derrocha la vida vigorosa de los pueblos; siendo así que conviene que esas fuerzas permanezcan vírgenes, y que esa vigorosa iniciativa no llegue lánguida y débil a la solución de las cuestiones prácticas que más afectan a los intereses sociales y más de cerca tocan a los intereses morales y materiales de los pueblos.

Solo así, Sres. Senadores, puede desaparecer la fatalidad que nos consume, la fatalidad de que todas las ambiciones vengan a establecer su asiento en el seno de la política, convirtiéndola en un edificio donde todas las mezquinas pasiones se aniquilan luchando unas contra otras y entre sí; son fuerzas perdidas, sin que resulta de ese continuo batallar otra cosa que una organización administrativa viciosa, o una política más viciosa todavía, inspirada solo en el espíritu de la propia conservación; política menuda, de intriga; política, en fin, que no da nunca espacio ni tiempo para meditar ni plantear aquellas reformas que urgentemente reclaman las necesidades sociales del país. (Bien, bien.)

Contribuyamos todos, Sres. Senadores, a modificar los hábitos de nuestro pueblo en este punto, y contribuyamos también a que vuelva los ojos con cariño hacia aquello que hasta ahora ve con indiferencia o con frialdad. Este es el fin que el Gobierno patrióticamente persigue.

Sí, Sres. Senadores, procuremos consolidar la Monarquía con la libertad, de tal modo que vivan la misma [329] vida; y una vez el pueblo español en posesión de sus derechos, estimulemos y planteemos aquellos trabajos y estudios que estén más en armonía con la utilidad humana en los tiempos modernos, a fin de que cada ciudadano pueda obtener por su laboriosidad la recompensa a que se hubiere hecho acreedor.

Este es el secreto de la situación bonancible en que se encuentran Bélgica, Inglaterra y otros países, a pesar de las grandísimas dificultades que han tenido y tienen todavía que atravesar, a pesar de los obstáculos que han tenido que vencer; dificultades desconocidas aquí, obstáculos que no existen en nuestra sociedad.

Pues bien, Sres. Senadores; ¿por qué el pueblo español, que se encuentra en mejores condiciones que esos pueblos afortunados, no ha de poder conseguir hoy lo que hace tanto tiempo consiguieron aquellos? Aquí sí que se puede decir aquello de ?querer es poder:? queramos, y podremos. (Muy bien.)

Y con esto voy a concluir, Sres. Senadores, porque quiero dejar tiempo a la votación antes de que terminen las horas de Reglamento. El Gobierno, ya lo habéis visto, tiene adquiridos compromisos de escuela y de partido que no puede dejar de cumplir, si bien con aquella previsión, con aquella templanza (no por miedo, que no hay que confundir el miedo con la prudencia), con aquella previsión y aquella templanza, que si en todo son prendas de éxito feliz, son de absoluta necesidad en el estudio y resolución de las cuestiones que de algún modo pueden afectar al porvenir de la Patria.

El Gobierno tiene contraídos esos compromisos políticos, es verdad; mas por encima de esos compromisos políticos que el Gobierno tiene contraídos en la oposición, y honradamente quiere cumplir en el poder, se ha impuesto el deber sagrado de garantir con el mayor celo y de guardar con toda fidelidad aquellos intereses permanentes de la sociedad y del Estado que vosotros, Sres. Senadores, por vuestro carácter especial, por el carácter de que estáis investidos, parecéis más directa e inmediatamente llamados a tener bajo vuestra custodia y bajo vuestra salvaguardia; aquellos intereses permanentes de la sociedad y del Estado, de cuya estabilidad depende la solidez de los Poderes públicos, y cuyo quebrantamiento, relajando los lazos de la autoridad, hace inútiles todos los procedimientos, todos los sistemas y hasta todas las formas de gobierno.

Esté tranquilo el Senado: el Gobierno no ha de prestarle menor apoyo para conservar y garantir esos sagrados intereses, del que demanda de su patriotismo para realizar y satisfacer las necesidades del progreso y las exigencias de los tiempos modernos, procurando así hermanar los intereses permanentes y los que todos los días nacen al calor de la civilización y del progreso, para que rejuveneciéndose y vigorizándose los primeros con la savia de los segundos, éstos a la vez puedan crecer a la sombra protectora de aquellos, unos y otros prestándose mutuo apoyo, extendiéndose y prosperando a la sombra de la libertad y de la paz. Estos son los propósitos del Gobierno, que contando con la confianza de la Corona y fortalecido con el apoyo de las Cámaras, piensa realizar para bien de la libertad, provecho del país y gloria de la Monarquía constitucional. He dicho. (Aplausos.)



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL